Miradas con doble check azul (o el amor en los tiempos de Tinder)

6000 descargas eléctricas iluminan su mirada cuándo, tras años de espera, el soñador se dispone a avanzar en los primeros hielos del infierno. Aún nervioso (tal vez asustado) el soñador se arma con recuerdos de exiguas conquistas, conseguidas al son de danzas antiguas y al haber del aquel valor prestado con intereses por aquella bebida que los cuerdos combinaron con una parte de locura y tres de confusión. Recuerda con certeza que nunca el sueño fué más certero que cuando su autoestima (tantas veces inducida) cargaba con valor el ánima de su alma vigilante.

6000 descargas eléctricas recorrieron a latigazos su espalda, erizando cada vello (en un espasmo parecido a aquella ola que recorría las gradas del estadio) cuando su mirada se encontró con el doble check azul de unos ojos que, sin necesidad de hablar, le dijeron cuanto quería oír.

Y ya no quiso seguir soñando.

Y hoy, cuando el dardo de la palabra languidece olvidado en el armero de los viejos recursos, el pequeño coto de apenas 6″ ha cambiado tanto el rito de la conquista como el nuevo alcance de las miradas, ya casi infinito. Pero qué no ha cambiado si tú mismo despreciaste el viejo papel por los ppi de esa ventana a la que te asomas y desde la que puedes ver tan lejos que corres el riesgo de perderte en la perspectiva, de no encontrar tu reflejo en su pantalla, y de caer en un pozo tan profundo como aquel doble check azul de una mirada que un dia te envolvió y del que nunca quisiste salir.

Y hoy, como ayer, me siento tan perdido que me será difícil volver a encontrarme. Pero no te preocupes y disculpa de antemano mi torpeza. No te puedo pedir nada, pues menos de eso es lo que ahora te puedo dar a cambio. No te pido nada. Pero si suplico al tiempo y al espacio que en todos los mañanas me sigan poniendo a tiro de tu mirada. Y pido cada día a la fortuna el premio de encontrarla. Y pido al deseo que la mantengas si se cruzan. Y a tí que no la sueltes. Ni aún siquiera parpadees. Sólo así arribaré, algún día, al cobijo más deseado. Al resguardo de tu regazo. Y sólo entonces dejaremos las palabras en botellas sin remitente y a la suerte de las mareas para que el viento y las corrientes den fé de lo que aquí nunca se dijo.

Cuando veas a Dios, cuéntaselo todo…

Hola Manel. Perdóname, amigo, sólo quería contarte lo que el reloj no me ha dejado compartir contigo sentado a tu mesa. Créeme que tenía ganas de hacerlo. Como nos gusta, claro, dejando que elijas el vino más adecuado al momento y al calor del mantel a cuadros que espero me arrope mucho tiempo y que, ¿sabes?, nunca olvidaré.

Quería contarte que salí de las trincheras. Que dejé mi alma a trozos en el campo de batalla de esta guerra interesada en la que todos pierden por puntos. Que fui destinado, más curtido y descreído, más ligero de equipaje, a otra trinchera, ésta más alejada del fuego de mortero que, sin embargo, sigue retumbando en mi mente y revolviendo mis tripas. Quería contarte de los soldados que ahora me acompañan y de la agonía de ver pasar los días (¿te acuerdas de aquellas hojas del calendario que veíamos caer haciendo espirales?) sin escuchar el clarín del correo que anuncie mi retorno que quiero, en vano, ver cada vez más cercano.

Quería contarte que sigo brindando contigo y que seguiremos celebrando juntos los éxitos de tu equipo. Quería confesarte que no entiendo Badalona sin ti, sin tu compañía y sin el sabor de tus torradas con ali-oli sobre fondo de mantel a cuadros (deberías darme una comisión por cada vez que he comentado que es el mejor que he probado). Quería darte las gracias por cada sonrisa que me has sacado cuando El Alma ha tratado de hundirnos. Quería que supieras que en la pole de mis recuerdos está la carita de Lu, en tu Rebost (que es nuestro también), devorando «guatlles», repartidas a partes iguales entre sus deditos y su sonrisa iluminada por la emoción de descubrir su «nueva comida favorita».

Quería, en fin, que supieras que no te dejo irte.

Ya no hay 20 pavos, ahora son centavos

Se acerca el día de los milagros en Calderistan. El día en que el fuego de mortero de la pobreza da una tregua a  los soldados que se disponen, ordenados e impacientes, a recoger, como fardos de avituallamiento lanzados desde helicópteros Wagnerianos, como lluvia sobre suelo quemado, la paga que les permita adornar su rancho y calmar por unos días el dolor que nace en el estomago y retuerce el alma cansada.

Antes, han pasado por la trinchera, lágrimas en los ojos, para rebañar los restos de la libreta, cada día mas cartilla (de racionamiento). Las migajas no darán para aguantar hasta el martes. ¿Cómo demonios se mantendrá alineada la tropa?, ¿como se puede luchar si tienes el enemigo en las tripas, si su vacío dobla tu espalda y nubla tu mente y te hace dudar dónde están los limites entre la realidad y la locura?.

En Calderistán hace tiempo que el amor saltó huyendo por la ventana, llevándose los marcos y los recuerdos de sus habitantes. Sólo algunos consiguieron escapar siguiendo la nube de polvo que levantó en su huida. La pobreza, disparada como bombas de racimo, como napalm que llega a la esquina más escondida, no hace prisioneros al pasar. Sólo deja cadáveres en la cuneta.

Veo la metralla en la mirada, espejo del alma herida del soldado que, mil veces vencido, aun confía que los pocos céntimos que le quedan le permitan continuar la lucha, no desfallecer, aguantar hasta el martes, …. el día de los milagros.

 

My own Calderistán

No hay lírica en Calderistán. Sólo el gran azul que se adivina tras los barrotes del horizonte (no olvides entornar los ojos para atravesar la niebla de lo cotidiano) me recuerda que, alli al fondo, bajo el abismo, está la poesía que tantas veces me ayudó en mi travesía.

Mientras, arriba en la trinchera, las ráfagas de la cotidiana fealdad golpean, como la lluvia de cuchillos que lanzan los trenes al pasar, al soldado que rima en soledad recuerdos de tiempos mejores.

No hay lírica en Calderistán. Solo la métrica de los golpes que día a día golpean y golpean la frontera entre la realidad y el sueño. Sólo Santiago (un gigante vencido en mil batallas) desafía con su trovar ingenuo la prosa vehemente de la realidad . Demos a los cuerdos de su propia medicina, una parte de locura y tres de confusion, cantó el poeta antes de caer en su propia enfermedad.

…mientras, tras la ventana, el viento se lleva las hojas de la agenda que no tengo en una danza de giros extraños

De El Cuaderno de Betulo a El Correo de Calderistan

Llevo días queriendo comprar una agenda. De las de página por día y corazón en espiral. He llegado tarde y me siento como un almanaque (quééé? , me preguntó la compañera de móvil estelado) o calendario (aaah…) de once meses. He perdido muchas páginas de la agenda que no tengo. He perdido muchos días . Ahora los añoro y pienso en ellos como aquellas hojas del almanaque que caen describiendo círculos en el aire.

Quería que mi agenda me acompañara en el camino. Andar, correr, saltar por sus páginas, anotar cada experiencia y marcar con mi rótulador  especial de trazo grueso las cosas tan importantes que quiero hacer y que ya debería haber hecho hace muchas agendas.

Insistí otra vez. Tiene agendas? De las de página por dia y corazón en espiral, pregunté ilusionado a la señora de la botiga (marcaba con maquillaje de trazo grueso la pena que anunciaba el cartel que, a modo de despedida, anunciaba su derrota). Han volado, contestó y yo sentí, otra vez, el viento frio ques llevaba los días perdidos en una graciosa danza en espiral.

Que haré ahora con mi rotulador especial de trazo grueso? Dónde escribiré ahora las crónicas de Calderistan?

Encontrareis Calderistan en las paginas que vuelan (si, haciendo espirales) y que amputaron la agenda que aun no tengo. Está en la pagina que falta, justo desde hace un mes, de mi almaque.

Por cierto. Antes se llamó Beirut y acogió en sus trincheras al soldado Cadepo y allí encontré un puñado de cartas que escribió desde Polonia y que, tal vez, llegaron allí haciendo espirales…