Ya no hay 20 pavos, ahora son centavos

Se acerca el día de los milagros en Calderistan. El día en que el fuego de mortero de la pobreza da una tregua a  los soldados que se disponen, ordenados e impacientes, a recoger, como fardos de avituallamiento lanzados desde helicópteros Wagnerianos, como lluvia sobre suelo quemado, la paga que les permita adornar su rancho y calmar por unos días el dolor que nace en el estomago y retuerce el alma cansada.

Antes, han pasado por la trinchera, lágrimas en los ojos, para rebañar los restos de la libreta, cada día mas cartilla (de racionamiento). Las migajas no darán para aguantar hasta el martes. ¿Cómo demonios se mantendrá alineada la tropa?, ¿como se puede luchar si tienes el enemigo en las tripas, si su vacío dobla tu espalda y nubla tu mente y te hace dudar dónde están los limites entre la realidad y la locura?.

En Calderistán hace tiempo que el amor saltó huyendo por la ventana, llevándose los marcos y los recuerdos de sus habitantes. Sólo algunos consiguieron escapar siguiendo la nube de polvo que levantó en su huida. La pobreza, disparada como bombas de racimo, como napalm que llega a la esquina más escondida, no hace prisioneros al pasar. Sólo deja cadáveres en la cuneta.

Veo la metralla en la mirada, espejo del alma herida del soldado que, mil veces vencido, aun confía que los pocos céntimos que le quedan le permitan continuar la lucha, no desfallecer, aguantar hasta el martes, …. el día de los milagros.

 

Deja un comentario